MERCEDES PÉREZ SAN MARTÍN

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TIZIANA PIERRI

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Al cumplir quince años su mamá le preguntó qué quería de regalo, eligió pintar de un color diferente cada pared de su cuarto. Siempre me sorprendió la naturalidad con la que Tiziana Pierri (Bs As, 1984) se desenvuelve en la pintura, la observaba trabajar al final de su adolescencia y pensaba que estaba ante una verdadera virtuosa. Como sin proponérselo, pintara lo que pintara, todo le salía lindo.

Por supuesto, algo de esto podría ser hereditario, su padre y su abuelo grandes artistas. Imagino que de ahí su maravilloso nombre. Incluso un aspecto del lazo familiar me resulta un tanto intrigante. “Me relaciono con mi abuelo a través de la pintura, son las pinturas entre sí las que se vinculan”. Algo así me comentó cuando nos encontramos en su taller. Pinturas de familia, constelaciones, se me ocurren muchas ideas disparatadas que no van al caso.

Lo cierto es que más allá de su ascendencia, el lenguaje pictórico le es propio, intrínseco. Se le nota en la facilidad con la que maneja la pasta, la forma y el pigmento que siempre resulta en exquisitas combinaciones. Incluso coquetea con el espectador al introducir elementos infantiles y del universo tradicional femenino, como moños, flores, globos, tachas, figuras “mal pintadas”, colores toscos, colores primarios. A pesar de la provocación, siempre logra una gran elegancia, y un ritmo que obligan a la mirada a recorrer el lienzo.

En los últimos años su pintura se volvió más sintética, fue despojándose de aquellos elementos que no eran inherentes a su interés más puro, las formas y los colores. Sin embargo, cuando creemos que comprendemos por donde pasa su nuevo cuerpo de trabajo, algún detalle ambiguo y desubicado nos hace cuestionar nuestro entendimiento. Semejantes firuletes caprichosos, nos indican una necesidad de no quedarse fijada a un estereotipo, ella lo llama “vía de escape”. No me extraña que justamente los elementos elegidos sean aquellos asociados a la niñez, se escabullen entre sus cuadros más serios, más “apropiados”. 

Luego de un período de bordes definidos y formas más bien rectas, sus planos comenzaron a alivianarse, a levitar y esponjonearse, ruleteando la pincelada para lograr un efecto más borroso. Cada nube ocre y cada algodon ultramar dan cuenta, no sólo de un proceder intuitivo, sino de un profundo goce plástico. Tiziana enreda la pincelada porque juega cuando pinta, juega con sus miles de cuadernos pintados con marcadores de colores, juega a vestir sus pinturas con moños y flores, gira sus pinturas como un trompo, porque no importa su orientación, sus pinturas son libres.

Finalmente, en cada mirada que TP registra del mundo, lo plástico antecede como una incapacidad de acceder a lo narrativo antes que a lo estético. Visto de otro modo, Tiziana posee la gran facultad de anteponer lo visual por sobre todas las cosas. “Veo un gran círculo que contiene figuras de colores. Luego entiendo que lo que estoy viendo es una cara”. Algo similar sucede con su discurso, lo plástico la tiene tan arraigada que las sensaciones le brotan de las ideas, “Amar Azul” fue el inmejorable título de una de sus últimas muestras. 

Después de una o dos décadas sin vernos nos encontramos en mi última visita a Buenos Aires. Del ascensor bajó Mugui, un galgo afgano elegante, de esos de pelo largo y lacio. Tiziana Pierri, con su pelo rojo indio y tan cálida como siempre, sus fantásticas pecas finas salpicadas como con pincel. En un pequeño cuaderno que tomé prestado antes de llegar, registré dos o tres ideas sobre el procedimiento, los proyectos, las referencias que resultaron de la charla. Sin embargo, me quedo con lo que conservo en mi memoria: la imagen de una niña grande, sus divinos juegos pictóricos, un discurso enredado para excusar el oficio, y sobre todo, el placer de presenciar las maravillosas obras en proceso. ¡Gracias Tiz!