ALEJANDRO QUIROGA
Música, libros y mucha pintura
Después de tantos meses de encierro, y de escribir acerca de obras vistas a través de libros y pantallas, de conversaciones con los artistas a través de mensajes de Whatsapp, llamados telefónicos, Zoom.etc, me llegó el tan ansiado momento de poder visitar al entrevistado en su estudio. Los hechos se acomodaron solos, las condiciones estaban dadas y el elegido fue el chileno Alejandro Quiroga (Santiago, 1967).
Pintor de paisajes, músico, lector, coleccionista, doy fe que sabe preparar un buen café, y que es dueño de un enorme palto antiguo emplazado en un patio pintoresco y de carácter racionalista. Probablemente sus raíces colinden, si es que no abrazan, el taller subterráneo donde trabaja el artista. Me gusta pensar que comparten algo más allá de un par de metros de sólida distancia.
Los paisajes de AQ son el resultado de un trabajo pictórico que comienza al proyectar fotografías que él mismo toma de distintos lugares del territorio chileno. La perspectiva que logra la lente (y que no es la misma que la del ojo) se puede apreciar en la geometría de los techos y los puentes que la cámara rebate en su causa de traducirnos el mundo a dos dimensiones.
La materia que ocupa a Quiroga es la afectación del medio ambiente en la época contemporánea. El crecimiento desbordado de las ciudades, las consecuencias de la polución, y las políticas de explotación de los recursos naturales se manifiestan a través de la elección de sus temas, como por ejemplo la enorme presencia de pinos en el sur de Chile (árboles que si bien no son nativos, se han tomado una vasta parte del territorio), o la problemática de la explotación de la celulosa y el conflicto con el pueblo Mapuche.
El avance desmedido de la civilización en un mundo que no privilegia las políticas ambientales genera incongruencias, AQ sabe capturarlas y su representación actúa como un método de denuncia. Casas con ventanas de termopanel emplazadas en un hábitat donde abunda la madera, títulos que piden a gritos un cambio de paradigma (Que los pájaros vuelvan a los bosques, Crisis hídrica, El ataque del pino mutante, etc). Me llamó la atención la capacidad de Quiroga de recordar cada título de su extensa producción, no me quedaron dudas acerca de la importancia del mensaje y un proceso de trabajo que comienza siempre con una preocupación personal, y que deriva en preciosos y melancólicos paisajes cuyas transparencias esconden una fuerte carga política.
De la serie Catastro para eliminar obstáculos, 2011
Arboles, casitas, postes de luz, tanques de agua, carreteras, etc: son siempre paisajes que ironizan, reflexionan o describen las acciones del hombre sobre la Naturaleza. Paradójicamente, lo más humanizado que encontramos en estas obras, es el ojo de quien mira, la imaginación nos transporta a la humedad en la piel de quien recorre el bosque, el viento en la cara al sacar la cabeza por la ventanilla del auto, el polvo en los ojos, el frío en las manos al tomar una fotografía del cerro nevado.
Los paisajes de AQ no son convencionales. Nos son familiares, seguro, pero no es aquella postal del lago que tomaríamos para inmortalizar un momento perfecto, sino más bien aquello que se esconde detrás y que forma parte de nuestra inconsciente travesía: el cartel publicitario o el cableado eléctrico que recortamos al encuadrar la foto. Incluso sus capturas urbanas se alejan de los edificios más vistosos de Santiago. Al observar los cuadros de Quiroga es inevitable no intentar reconocer aquellos lugares, hemos pasado y observado sus vistas y sabemos que se trata del territorio chileno, de una región determinada, tal cerro o tal comuna de la ciudad.
Tengo un sueño recurrente, no puedo abrir los ojos cuando manejo porque los tengo pegados. Otras veces cuando mis cervicales aquejan demasiado, me cuesta mucho enfocar la vista. Algo parecido me sucede con las obras de AQ. Sus cuadros parecieran empañarse a través de un trabajo de veladuras que sólo el adecuado manejo del óleo puede lograr. Detrás de ese aspecto fantasmagórico surgen las formas, se ordenan los elementos y por ende el sentido descriptivo de cada cuadro. Aquella primera capa que observamos no es más que el efecto de lo atmosférico, el mismo aire de Santiago cargado de partículas de polvo, la niebla del mar o la penumbra en la que quedan los objetos cuando la luz del atardecer recorta sus formas.
Pero detrás de la melancolía de una paleta restringida y de la falta de nitidez, muchas veces podemos divisar un atisbo de fluorescencia que nos recuerda aquello que una vez ha sido, una última bocanada de aire, un murmuro que quiere ser escuchado. Otras veces lo borroso se debe al origen de las imágenes, fotografías que muchas veces son sacadas desde un vehículo en movimiento, quizás metáfora de la velocidad con la que vivimos, o más bien el carácter efímero de lo que somos.
El pasado 26 de marzo debía inaugurar en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, una muestra individual de Alejandro Quiroga con más de cien obras. Allí aguarda semejante tesoro, esperando ser visto el día que se abran las puertas del museo. Sin embargo, el 2020 nos deja otras oportunidades, la reciente publicación de un libro maravilloso (La boca llena de silencio), la grabación de un disco, y por supuesto nuevas reflexiones, presagios, y la pintura que siempre acompaña una mirada crítica sobre la manera en que las personas accionamos y cómo nos hemos organizado como sociedad.
Sin dudas conversar en el entorno del artista aporta una experiencia invaluable. Alejandro Canoa Quiroga, olvidé la palta que me prometiste, pero me queda el recuerdo de un encuentro muy entretenido y enriquecedor. ¡Música, libros y mucha pintura!
Aquí les dejo un poquito de lo capturado el pasado miércoles.