BEATRIZ MILHAZES
Festividad Carioca
Quizás la artista contemporánea más exitosa de Brasil, y sin duda una de las artistas del momento en la escena mundial, los trabajos de la carioca Beatriz Milhazes (Rio de Janeiro, 1960) son indudablemente atractivos y exuberantes.
Definitivamente en ésta cuarentena y con la llegada del invierno necesito un poco de Milhazes en mi vida: color, un poco de utopía y energía revitalizante. Encuentro interesante el diálogo (o tensión) que en su obra generan el bagaje cultural occidental (vanguardias europeas del siglo XX) y las culturas populares de su país natal. Tuve la suerte de ver las obras de Milhazes en varias oportunidades, entre ellas en la exposición que realizó en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) en 2012 titulada Panamericano Beatriz Milhazes / Pinturas 1999 – 2012. Sin embargo fue en la 26ª Bienal del San Pablo en el año 2004 donde conocí su obra en persona y quedé impresionada por su fuerza, que se expandía en el espacio de la Sala Especial concedida por la Bienal ese año.
Las composiciones en los grandes collage pintados de la artista presentan coloridas y abundantes formas geométricas superpuestas. A pesar de encontrar abundantes referencias a artistas como Sonia Delaunay, Mondrian, o Matisse, la vivacidad de su paleta y el cautivante ritmo visual nos conducen expresamente a aquellos encontrados en las calles brasileñas: sus ropas, su carnaval, su música, sus bailes, su arquitectura. Observamos así una influencia folk y las culturas populares de Brasil.
Las composiciones abundan en alusiones al arte textil, las ornamentaciones florales son recurrentes. La misma artista ha hecho hincapié en varias ocasiones, acerca de la ubicación de su estudio junto al jardín botánico, y como estar rodeada de frondosa vegetación no puede pasar desapercibida en sus creaciones.
Ahora bien, un jardín botánico es donde la vegetación se encuentra cuidada y controlada por el hombre. Esta dicotomía también está presente en la obra de Milhazes, sensualidad y equilibrio. En sus pinturas, sus fiestas de color y ornamentación son siempre organizadas como en una grilla y cuidadosamente ubicadas de manera intencional en cada lugar dejando fuera la improvisación y el azar.
Por otro lado algo sucede con esta aparente alegría tropical. Quien tuvo la suerte de observar un cuadro de Milhazes ao vivo habrá sido capaz de distinguir la diferencia entre lo que se percibe de lejos (similar a lo que sentimos en sus reproducciones), y lo que se vislumbra cuando nos acercamos a su obra: sus perfectas formas y colores parecen desprenderse como viejas capas de pintura de una antigua pared abandonada en algún pueblo colonial. Se notan vestigios de un proceso, reminiscencias de algo que tiene una historia oculta tras el cuidadoso diseño de patrones coloridos. Cuando nos aproximamos vislumbramos un dejo de melancolía, posiblemente anclado en la tensión de clases y culturas de su país natal.
A finales de los años 80 Milhazes inventó una técnica de mono transfer para aplicar sus capas de pintura, técnica que aún utiliza y que ha caracterizado su obra. Este proceso consiste en el uso de calcomanías plásticas que utiliza para pegar formas sobre el lienzo. Al retirar las pegatinas, las formas de color que quedan impregnadas sobre la tela dejan rastros del proceso.
Los cuadros adquieren deliberadas texturas rugosas o descascaras que son consecuencia del desarrollo del trabajo. Algunas de estas hojas plásticas han sido reutilizadas por Milhazes por hasta diez años, repitiendo sus motivos y permitiendo arrastrar en cada obra una parte de procesos anteriores. El tiempo es la clave: la carga histórica y la acumulación de infinitas posibilidades y combinaciones en sus cuadros .
Otro tipo de trabajos de la artista son sus serigrafías, collages con envoltorios de chocolates y caramelos y toda clase de papeles, instalaciones móviles, intervenciones en lugares específicos y trabajos escenográficos en colaboración con la compañía de ballet de su hermana Marcia.
Gamboa II, instalación en técnica mixta, 2015-16