MAX GOMEZ CANLE
Reflexiones sobre un Verde Veronés
Max Gómez Canle (Bs As, 1972) pinta, y al pintar se piensa, se comprende, se asegura. Del acto de pintar devienen sus certezas. Sus fuentes provienen de la historia del arte, y de su propia obra; su lenguaje es aquel de los pigmentos, de las luces y sombras, y de las materias que han preocupado a los artistas a lo largo del tiempo.
En cuanto a lo que la técnica refiere, sus obras delatan algo de su temperamento, luego sabré qué tan afilado está mi poder de clarividencia: pintor de oficio (minucioso, estudioso y analítico), colorista nato (sus paletas nos revelan un precioso poder intuitivo), articulador de lenguajes estéticos (no dudo de su espíritu constructor ¡pero además estoy convencida que existe en él una particular conexión neuronal!). Sin embargo hay algo que se me escapa y que no puedo descifrar. ¿Qué hay detrás de esos intensos azules Prusia, sus terrenales verde Vejiga, sus sensuales carmín Brûlée? ¿Dónde parten aquellas extrañas conexiones? ¿Dónde yacen sus intrigas, sus decisiones?
Las obras de MGC se apropian de fragmentos de pinturas de todos los tiempos: el artista resignifica, recorta y amalgama a partir de lo que ya se ha pintado. La subjetividad y el mensaje radican en la selección, en el diálogo de estos elementos y en la puesta en escena de los mismos. Esto es lo que él llama una “exo-subjetividad”.
Ahora bien, sabemos que la apropiación es una de las características del arte contemporáneo. Es decir, la re-utilización de elementos pictóricos de otras épocas como recurso para un nuevo discurso, alejado del espíritu original de las mismas para ser usado con nuevas intenciones, en general menos radicales y mucho más individualistas.
“Me interesa el movimiento Concreto argentino, por su carácter utópico y por ser constitutivo de cómo se arma el imaginario de hoy en la Argentina”. Manifiesta Gómez Canle. En los osados pero bienaventurados recortes de sus marcos, podemos apreciar un guiño hacia dichos artistas, que en los ´40, soñaron con una renovación idealista anclada en la racionalidad.
El salón de los caprichos, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2019. Ph. Viviana Gil
Las pirámides tomadas del pintor argentino Roberto Aizemberg (Bs As 1928-1996) nos sitúan en el plano de la metafísica. De manera natural y reiterativa, MGC las instala en sus tradicionales y bucólicos paisajes de estilo flamenco, interpretando al Hombre, racional, solitario y apacible.
Sucesivamente, las citas y alusiones a sus artistas favoritos y la apropiación de sus procedimientos proliferan a lo largo de su trayectoria de modo cíclico y “arremolinado”, palabra que el artista utiliza para describir la exposición “antológica” que el año pasado realizó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Es que bien podríamos interpretar su obra y su metodología a través del modo en que planteó esa muestra. El “Salón de los Caprichos” fue montado en una gran sala, al estilo de los clásicos salones del siglo XIX. Decenas de obras (comprendidas entre los años 1999 y 2019) se emplazaron en los muros de la sala trazando un recorrido perimetral a través de una organización no-cronológica de su trabajo. Un viaje de idas y vueltas por la historia de la pintura, reunía a sus maestros y escuelas predilectas en un único tiempo y espacio proponiendo un diálogo abierto entre las manifestaciones más disímiles y anacrónicas. En el centro de la sala, un último capricho (o capriccio): un gran paisaje sudamericano reunía pampas, ríos y montañas.
En el siglo V ac, Simónides de Ceos inventó una técnica para ejercitar la memoria. El método de Loci, también llamado Palacio de la Memoria, consiste en trazar mapas imaginarios asociando ciertas ideas con espacios específicos. Es decir, literalmente imaginando una casa o edificio que nos sea familiar, cada ambiente y cada objeto puede ser identificado con una idea concreta. Asociando lugares y sus implicancias emocionales, podemos construir un almacén de recuerdos y recurrir él cuando lo necesitemos. Más de uno recordará al famoso y peculiar detective Kari Soronjen apelando a esta técnica.
Fragmentos de El salón de los caprichos, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2019. Ph Viviana Gil y Jorge Miñ
El “Salón de los Caprichos” podría entenderse como el gran Palacio de la Memoria de Max Gómez Canle. No es casual que él mismo se refiera a sus obras como lugares. Más aún, pinturas como “En la recámara de la exosubjetividad”, fueron específicamente realizadas para la muestra, en ellas se materializa esta asociación. Cada compartimento es habitado por claros elementos de distintas corrientes artísticas, así como vestigios de su propio proceso de trabajo, de sus reflexiones. En el centro, el huevo representa el orígen de la vida, forma perfecta y objeto de estudio del claroscuro. Las recámaras que lo rodean: Roberto Aizemberg, Brueghel, Joseph Albers, Tarsila Do Amaral, Félix Valloton, una minúscula Pipa de Magritte, vestigios de sus lecturas, sus bocetos, sus propias pinturas. Delante, el pintor se pinta a sí mismo, su cabeza facetada representa nada menos que su propio pensamiento, el que deviene del acto de pintar.
La distancia termina en el barranco, Galería Casa Triángulo, San Pablo, 2017. Ph Felipe Berndt
En el año 2017 ya encontrábamos rastros acerca de sus inquietudes en la exposición que realizó en la galería Casa Triángulo en San Pablo. El espacio fue intervenido recreando la planta de su entonces casa-taller en Buenos Aires. Aquellas paredes imaginarias fueron pobladas con reproducciones de sus propias obras, que habían habitado cada muro de su hogar durante casi veinte años. De esta manera, la exposición figuraba como una materialización de sus propios recuerdos, de lo vivido, de lo ya pintado, de lo ya colgado.
Acerca de su más reciente exposición, que se podrá visitar hasta finales de este mes en la galería Ruth Benzacar, MGC deja de manifiesto su expresión a través de la materia visual. “Vivir así: sin palabras” no tiene texto curatorial sino fotos del recorrido realizado en la producción de las obras. La muestra consta de una serie de adoquines pintados, dispuestos en la galería de manera aleatoria como dados lanzados por un cubilete. Cada pieza exhibe un fragmento de un paisaje, a veces con expresivos animales, vegetación, agua, o restos de alguna arquitectura. “Cada adoquín presenta una unidad de sentido” expresa el artista. “A su vez, los adoquines son unidades de construcción, son cubos tallados en granito, intentos de cubos artesanales sobre un material que se resiste”. El espectador se encuentra libre de elegir su propia aventura, ya que puede armar (construir) su propia historia según el recorrido que elija trazar. Una vez más, la construcción del relato a través de lo ya pintado.
Vivir así: sin palabras, Galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, 2020. Ph. Ignacio Iasparra
Al indagar un poco más sobre la obra y el discurso de Gómez Canle, me entero que sus intereses partieron en su niñez a través de libros de arte en la casa de su abuelo. También me cuenta acerca de sus colores predilectos, que son aquellos que por sus nombres, están directamente asociados a la historia del arte: el Verde Veronés, el Tierra Van Dyck. Poco a poco voy entendiendo que no es lo que “el azul de Prusia” lleve detrás, sino lo que traiga delante, que es la posibilidad del pensamiento. Sus intrigas y sus decisiones se gestan a medida que trabaja, como si el acto de copiar y fragmentar fuera algo automático y sencillo. Dicen que los melones se acomodan con el camión andando, pero en su larga travesía ¿no traerán, las respuestas, más que nuevos interrogantes? De todos modos, bienvenidos los interrogantes, Max. Si es necesario que gires en círculos para seguir pintando exquisitas y misteriosas imágenes, ¡adelante con tus dudas, certezas, recuerdos y procedimientos!