ALBERTO PASSOLINI
Como la cáscara que cae al cascar el huevo
Qué difícil es escribir sobre Alberto Passolini (Bs As, 1968), se me escapa de las manos. Es ágil, audaz y sorprendente. Se mueve libre en el tiempo, insolentemente. Una afortunada falta de respeto a los próceres de la historia del arte, y de la historia también. Nos despierta reflexiones profundas acerca de cómo, el cambio de paradigma en el mundo contemporáneo debería también cambiar el modo en que miramos el pasado: la reivindicación de la mujer, el lugar del artista, la sexualidad. Así de serio se pone, y sabemos que estamos frente a un hombre importante, que pinta en grande, que cita y que se informa, que forma parte del circuito del arte argentino, de las grandes colecciones.
Y luego Passo cambia de piel, nos desorienta cuando se ausenta, cuando se convierte en mito y reemplaza los Eureka por los Golden (qué ironía esta). Passo ya no viaja en el tiempo sino que viaja en el espacio a sus tierras lejanas, tan lejanas como el fin del mundo. Incluso, aquel artista que forma parte de la gran generación argentina de los ´90, repentinamente se pasea con los artistas emergentes, se rodea feliz entre los pibes de una galería joven, sabiendo nutrirse de aquello y gozar de la libertad de reinventarse y hacer lo que se le da la gana.
Me encanta toda su obra: sus enormes y célebres trabajos en acrílico que citan la historia, sus sutiles acuarelas que forman elegantes patrones, sus trabajos recientes en formato más pequeño, donde el dibujo toma protagonismo y la línea acentúa una redondez que siempre estuvo presente, nos revela un virtuosismo de índole poética, una capacidad de transmitir lo sensible con los mínimos recursos (la línea, un par de colores y siempre el humor).
Una de las obras más emblemáticas de su producción es Malona!, encargada para exhibirse en el MALBA con motivos del Bicentenario de la Independencia en 1810. La obra hace clara alusión al famoso cuadro La vuelta del malón (1892), de Ángel Della Valle, sólo que esta vez, son unas salvajes amazonas quienes capturan al varón caucásico. “Volví a pararme frente a La vuelta del malón con la relectura aún fresca de La Cautiva, de Esteban Echeverría, y lo primero que pensé fue que esa mujer, sostenida por un cabezón morochazo y fornido, en breve podría amotinarse y ser la que diera vuelta el malón. ¿Y por qué no un malón de indias embravecidas, cargándose a un cautivo blanco?”, se preguntó Passolini.
Aun recuerdo el rancho que presentó en ArteBA en el año 2016 y que tuve la oportunidad de visitar en alguno de mis viajes a Bs As. Resultaría extraño no recordarlo, un verdadero rancho de barro y paja emplazado en medio del marco de una feria de arte que además se desarrolla en el predio de la Sociedad Rural. No sólo AP señalaba el orígen ganadero de quienes luego compusieron la clase aristocrática argentina (sus viajes ostentosos a Europa), sino que además, aquella casita de campo obligaba una relación más íntima con la obra que albergaba dentro (cosa que rara vez sucede en el marco de una feria de arte).
Costera Criolla (Batalla de Abukir, de Antoine Jean Gros, 1806 e Idilio Criollo, de Jean Léon Palliere, 1861), acrílico sobre tela, rancho y caballete, medidas variables, CCK, 2016
Respecto del cuadro Costera criolla, apropiación de una batalla romántica de Antoine-Jean Gros (1806), éste también fue emplazado en un rancho en el CCK en Bs As. Debo admitir que como en aquellas revistas de mi juventud tuve que ir una y otra vez para encontrar las semejanzas y diferencias en ambas obras. Destacan los distintos escenarios de fondo (uno mediterráneo, el otro criollo) y además el acabado, el colorido y el clima que se genera en la diferencia entre uno y otro material empleado. Los acrílicos de baja estirpe nos devuelven una imagen más plana, colorida, seguro menos dramática que su versión romántica, “como de la piel tatuada” según sus propias palabras. Un tanto ambigua la sensación de encontrar tantas similitudes y a la vez tantas diferencias, como si los actores hubieran cambiado en una misma película, junto con el telón de fondo.
En el 2014, AP viajó a Londres para concentrarse en el estudio de los trabajos de William Morris, interesado en sus diseños de patrones decorativos, y en el deseo de aquel artista que abandonó la academia para orientar sus trabajos a la funcionalidad. La William Morris Gallery y la Red House, primera obra arquitectónica del movimiento Arts and Crafts, inspiraron la serie de acuarelas Unicornios y federales. El juego de palabras alude al extinto unitario, un ser casi de la mitología como el unicornio. Los firuletes y patrones nos transportan, no sólo a la historia argentina, sino también al Art Nouveau, a la música disco, a la psicodelia.
Los últimos dos o tres años estuvieron signados por un cambio profundo en su obra, más bien por la incorporación de un nuevo cuerpo de trabajo, alejado de la historia argentina y de los grandes formatos. Esta serie fue presentada en “Passo”, su última muestra en la galería Constitución en Bs As el año pasado. Son pinturas mucho más sintéticas, cuentan con dos lenguajes combinados por medio del azar: un grupo de coloridos fondos geométricos y y otro de unas contorneadas figuras, encontraron sus parejas por medio de un juego de cartas y una selección a ojos cerrados. Las figuras, en trabajo de línea, nos insinúan una narrativa que se desarma porque las formas quedan abiertas, ambiguas. Algo de animales, muchos destellos, dibujos que surgen de aquellos garabatos, palabras y jugueteos en sus pequeñas libretas que siempre lo acompañan.
Aquel inconmensurable paisaje de la Patagonia chilena volcó a Passo hacia un trabajo mucho más íntimo. Los largos trayectos en cada travesía como piloto acompañante ya no lo encuentran mirando por la ventanilla, sino bosquejando en su libreta, de las cuales tiene decenas. Lejano y ausente como un caballo de tiro, con esas cuestiones que les colocan al costado de sus ojos para no mirar hacia los costados. Y luego se nos vuelve a escapar de las manos, en su viaje de turno a la flamante Bs As, archi-presente en las redes sociales, desopilante con los personajes que se crea, con su ojo siempre tan atento para mostrarnos el mundo de una manera diferente.
Esos culitos torneados, figuritas que carecen de huesos. Su mirada tangencial de la historia, la picardía con la que ofrece un sightseeing por el tiempo y el espacio. Los títulos que nos revelan y también nos desorientan. La ilusión de su presencia, y la ilusión de su sana ausencia. Su valor, su bravura, su aporte indiscutido al patrimonio argentino. Por último, el humor, la verborragia, y la elocuencia, el placer de escucharlo y de leerlo.
Passo, sos como la pequeña cáscara que cae en la clara al cascar el huevo. Así de fascinante y escurridizo. Gracias por tus horas.